A la mañana siguiente despertó repleto de picaduras de mosquito y con un hambre colosal. Encontró algunos cocos en un árbol y después de mucho esfuerzo consiguió que dos de ellos cayeran al suelo. Después de abrirlos y comérselos, recorrió la pequeña isla en busca de algo que le fuese útil. Halló dos grandes piedras y bastantes ramas secas. Pronto pudo hacer fuego. Se quitó su abrigo y agitándolo cerca de la hoguera, comenzó a hacer señales de humo. Por suerte unos pescadores navegaban cerca y llegaron rápido a la isla. Mi tío regresó a la ciudad y trabajó durante muchos años. Obtenía el dinero necesario para poder vivir cómodamente pero sin lujos. Un año después, se topó con el yanqui. Furioso, le exigió que le devolviera la parte que le correspondía. Pero resultó ser que no se trataba del mismo hombre y mi tío, confundido, tuvo que dejarle marchar.
Aún ahora, continuamos buscando al embustero yanqui que engañó a mi humilde tío.
Aún ahora, continuamos buscando al embustero yanqui que engañó a mi humilde tío.
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