jueves, 12 de abril de 2012

Diana Hernández González 2ºA En busca del tesoro

Al año de esto, un yanqui le propuso buscar el tesoro juntos, y mi tío aceptó, con la condición de que partirían entre los dos las ganancias. En este segundo viaje sacaron dos cajas pesadísimas y grandes: una, llena de lingotes de plata; la otra, con onzas mejicanas.  Mi tío prefería quedarse con la caja de lingotes de plata, y pretendía apoderarse de ella. El yanqui, al ver lo que pretendía hacer, corrió hacia la caja y se abalanzó sobre ella. Mi tío le preguntó  que qué hacía, y este le contestó que el tesoro era de los dos, y que él quería parte también de los lingotes de plata. Mi tío le contestó que él había hecho mayor esfuerzo por conseguir el tesoro, y que por supuesto se merecía la caja de lingotes más que él. El yanqui, furioso, intentó robar la caja y salir corriendo. La caja pesaba tanto, que a los cinco metros cayó de rodillas al suelo. Mi tío, que ya sabía que no podría con la caja, se acercó a él y le dijo que entre los dos cargaran el tesoro hasta el barquito, y que compartiría con él los lingotes de plata; allí descargaron las dos cajas y navegaron rumbo a Manila. Durante el viaje, mi tío le dijo al yanqui que cuando llegaran a Manila, buscase un lugar seguro donde dividirse la fortuna sin ser vistos. El yanqui aseguró saber de un lugar perfecto para aquello. Cuando llegaron a Manila, mi tío acordó con el hombre que él llevaría las dos cajas a media noche a un callejón del cual habían hablado antes de desembarcar; un callejón oscuro, frío y siniestro que no gozaba de muy buena reputación. Se despidieron y cada uno se fue por su camino. Mi tío, muy astuto, fletó un barquito, y con el tesoro, llegó a Inglaterra. Allí conoció a una mujer, se casó con ella, y compraron una casa. Al año de esto tuvieron dos hijos mellizos, a los que proporcionaron una vida llena de comodidades, gracias a la enorme fortuna que el yanqui, desgraciadamente y a pesar de su colaboración, no obtuvo.

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